lunes, 9 de octubre de 2017

La cordillera (2017)***

Dir: Santiago Mitre
Int: Ricardo Darín, Dolores Fonzi, Érica Rivas, Gerardo Romano, Paulina García, Alfredo 
Castro, Daniel Giménez Cacho, Elena Anaya, Leonardo Franco, Christian Slater.


En una Cumbre de presidentes latinoamericanos en Chile, en donde se definen las estrategias y alianzas geopolíticas de la región, Hernán Blanco (Ricardo Darín), el presidente argentino, vive un drama político y familiar que le hará enfrentarse a sus propios demonios. Deberá tomar dos decisiones que podrían cambiar el curso de su vida en el orden público y privado: una difícil situación emocional con su hija, con problemas psicológicos serios, y por otro, la decisión política más importante de su carrera, que podría tener evidentes repercusiones a nivel internacional. 

Santiago Mitre es otro director argentino capaz de sublimar los géneros (aquí una fusión entre thriller político y una historia más íntima de fuerte peso psicológico) y de correr algún que otro riesgo a la hora de equilibrar aspectos que no suelen estar presentes (o si lo están, tratados con superficialidad) en las películas con implicaciones políticas de la factoría de Hollywood. Sus inquietudes como cineasta se mostraron con solidez y elegancia en sus películas anteriores Carancho (2010), El estudiante (2011) o en Paulina (La patota, 2015), cuyo guionista, Mariano Llinás, repite en La cordillera. Además de contar con Ricardo Darín (con el que ya había trabajado en Carancho), insiste también con Dolores Fonzi (brillante protagonista de Paulina, que ahora es Marina, la hija del presidente), quizás el otro personaje con más complejidad de esta historia, sin el que no podríamos acceder a  la vertiente más íntima y personal del presidente Hernán Blanco. 



La tensión entre la responsabilidad política y personal-familiar quedan patentes en una película que apuesta por la solvencia como actor de Ricardo Darín, que resuelve los no pocos problemas que tiene el guion a la hora de conciliar la historia personal con el marco político descrito, las relaciones con los otros presidentes y agentes políticos, o con las presiones de los diferentes poderes fácticos que realmente ostentan el control y dominio mundial.



La ambiguedad ética y moral (o visto de otro modo, la habilidad política de un supuesto hijo del pueblo, con un perfil bajo en cuanto a su visibilidad), refuerzan el relato y al mismo tiempo, si no fuera por el buen trabajo de Darín, serían razones suficientes para olvidar esta película, que en su retorcido juego por mostrarnos dónde están los límites en la  política (y en la vida más personal y cotidiana) entre el BIEN y el MAL, alcanza su verdadero valor como mensaje comprometido con una realidad compleja y preocupante.

Roberto Sánchez

-Aragonia-

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